LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL:
Caminando por la Vía Verde de A Pontenova

Luz, color e historia en A Pontenova
Hay lugares que llegan sin ruido, sin grandes promesas ni reclamos turísticos, pero que acaban quedándose en la memoria como si formasen parte de un descubrimiento personal. Así fue para mí la vía verde de A Pontenova. Llegué sin expectativas y me fui con la sensación de haber vivido una experiencia intensa, visual y física, que mezcla naturaleza, memoria industrial y caminos que se adentran en lo oscuro para salir a la luz entre bosques y paisajes de cuento.
Un lugar en el mapa: A Pontenova

Entorno de A Pontenova. Simplemente espectacular...
Memoria de hierro y humo
Antes de ser ruta de senderismo, todo este camino fue hierro. A Pontenova nació y creció alrededor de su antigua ferrería, impulsada por la riqueza minera de la zona y por la necesidad de transformar el mineral en producto.

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Antigua ferrería de A Pontenova y dependencias anexas
Las chimeneas de ladrillo que se alzan en el centro del pueblo son testigos de una etapa minera que marcó el desarrollo de la villa. Son los restos visibles de las antiguas ferrerías y hornos de calcinación que funcionaban a pleno rendimiento a comienzos del siglo XX. No son solo una estampa curiosa o un fondo para fotos singulares, sino parte esencial del relato que explica la existencia de la vía verde.
De esa etapa industrial se conservan varios vestigios que hoy forman parte de su carácter: los hornos de calcinación, las cinco chimeneas que se alzan en el centro de la villa o la antigua estación de tren de Vilaoudriz, hoy reconvertida en punto de información turística e inicio de la vía verde.

Hornos de calcinación

Antigua estación de ferrocarril de Vilaodriz, en la actualidad Oficina de Turismo de A Pontenova
Todo este conjunto industrial no es solo ruina o testimonio del pasado: es también memoria viva de un territorio que supo reinventarse sin renegar de lo que fue. Y es precisamente esa convivencia entre lo que queda y lo que se transforma lo que le da a A Pontenova su personalidad tan marcada.
La vía verde y los túneles: siguiendo las huellas del ferrocarril

La vía verde de A Pontenova es, en realidad, lo que queda del antiguo trazado ferroviario que unía las minas de Vilaoudriz con el puerto de Ribadeo. Hoy, lo que antes transportaba hierro, lleva caminantes, ciclistas y curiosos que deciden seguir su rastro entre bosques, puentes de hierro y pasos excavados en la montaña.

Túnel Asela (173 m.)

Túnel Carriceiro (132 m.)

Túnel de Pedrido o Piagolongo (232 m.)
El trayecto entero supera los doce kilómetros, pero lo que realmente lo hace especial son sus túneles: oscuros, frescos, largos, con ese eco característico que transforma cada paso en una experiencia sensorial. La luz al final de cada túnel no es solo una metáfora; es parte del encanto. Cada salida ofrece una nueva escena: una curva entre árboles, un claro en el monte, o el rumor del río más abajo.

Otra imagen del túnel de Pedrido

Túnel Volta (90 m.)

Entrada al túnel Volta
Hay algo de introspectivo en el hecho de atravesar tantos túneles seguidos, como si uno entrara y saliera de pequeñas cápsulas del tiempo. Es un paisaje cambiante pero también repetitivo, hipnótico, que hace que uno se detenga y observe. Es imposible no dejarse atrapar por la luz filtrada, por los contraluces y por las texturas de la piedra mojada.
Otro de los símbolos más reconocibles del lugar es el puente colgante Piago Mayor, que cruza el río Eo en un paso que va mucho más allá de su función práctica. Cruzarlo es casi un rito para quien se acerca a conocer esta ruta. Su vaivén suave al paso y las vistas del río desde las alturas dejan una sensación difícil de olvidar, tanto para quien comienza la caminata como para quien regresa al final del recorrido.

Puente colgante Piago Mayor
Muy cerca de allí se encuentra también el Refugio de pescadores Piago Mayor y su presa con escala salmonera, otro punto singular que habla de la relación entre este territorio y el río que lo atraviesa.

Presa de escala salmonera en el refugio de pescadores Piego Mayor
Aldeas que guardan la memoria
A lo largo de la ruta, fuera de los túneles y de los restos del trazado ferroviario, se esparcen pequeñas aldeas que mantienen viva la identidad de estas tierras. Entre todas ellas, destaca Vilarxubín, un lugar que parece detenido en el tiempo. Sus casas de piedra, los caminos estrechos, las cuadras, los hórreos e incluso algunas construcciones abandonadas, hablan de una forma de vida que, a pesar del paso del tiempo, aún resiste.


No es solo la arquitectura lo que llama la atención, sino la manera en que el entorno está integrado con el territorio: las casas aparecen encajadas entre soutos y pendientes, y todo parece puesto allí con naturalidad. Pasear por Vilarxubín —o simplemente detenerse a mirar— es una experiencia que invita a la pausa, al silencio, a la contemplación.


Y como ella, hay otras aldeas esparcidas por los alrededores de A Pontenova que conservan ese mismo espíritu. No están hechas para la prisa, sino para quien sabe mirar con calma. Son parte del encanto de estas montañas: discretas, resistentes, tercas, como la gente que las habitó y las habita.
Caminando entre ecos y luz
Fotografías: ©Juan Carlos Asorey
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